La crisis del COVID-19 y sus efectos en nuestra sociedad individualista, competitiva y depredadora Existe una tendencia en los seres humanos que nos motiva a ser distintos, salir de lo común, sentirnos únicos y especiales buscando diferenciarnos de los demás. Creemos que ir en el sentido opuesto nos hace ser independientes y, por ello, deseamos […]

La crisis del COVID-19 y sus efectos en nuestra sociedad individualista, competitiva y depredadora

Existe una tendencia en los seres humanos que nos motiva a ser distintos, salir de lo común, sentirnos únicos y especiales buscando diferenciarnos de los demás.

Creemos que ir en el sentido opuesto nos hace ser independientes y, por ello, deseamos ir contracorriente. Quizá se trate de una percepción de superioridad que es la consecuente reacción a un sentimiento de inferioridad no expresado externamente (tal y como expresaba Adler), pero lo cierto es que de esta manera sentimos que somos autosuficientes, que podemos prescindir de los demás, y que esto nos ayudará a sentirnos más realizados. Sí, porque labrar nuestra personalidad y ansiar desarrollarnos a nivel personal son los principales objetivos de una sociedad excesivamente individualista.

Ese ensimismamiento por nuestra persona viene a significar una pérdida de contacto con los demás, una desvinculación total con los otros. Y así forjamos nuestra identidad, buscando la distinción y despreciando lo que nos une.

Así, la máxima preocupación reside en nosotros mismos, en alcanzar el querido bienestar particular, entendiendo los intereses ajenos como un asalto a los propios. Pensamos que necesitar de los demás atenta a nuestra autosuficiencia y nos amenaza y frustra (algo que la arrogancia y prepotencia es incapaz de tolerar).

La competitividad también forma parte de la esencia de esa individualidad. Somos depredadores e incapaces de valorar las repercusiones que nuestras actitudes y conductas generan en los otros, porque sólo importa lo que afecte a nuestros intereses, capacidades y objetivos. Olvidamos por momentos que necesitamos a los demás tanto como a nosotros mismos, y que, ayudando a alcanzar sus fines podemos de alguna manera crecer como personas.

Sin embargo, sí que deseamos obtener un reconocimiento social creando un
escaparate expuesto al público, para que contemplen y admiren nuestra obra y todo lo que hemos sido capaces de conseguir siendo distintos del resto. Es complicado encontrar relaciones sociales de calidad, exentas de intereses económicos, laborales o de estatus.

La cuestión es… ¿puede revertir esta tendencia?

Probablemente las crisis, ya sean sociales, económicas y/o sanitarias, destapen esta realidad. Actualmente estamos viviendo en todas ellas, y podemos vernos desprotegidos y vulnerables. Es posible que, debido a esto, hayan resurgido en todos nosotros una serie de valores que teníamos olvidados o que, igual, nunca habíamos llegado a aprender. Son valores que entienden de humildad, modestia y sencillez.
Estamos viendo la solidaridad en señalados destellos, desde la dedicación de los profesionales del cuidado sanitario y otros trabajadores, hasta la persona que se ha visto afectada por un ERTE.

Quizá esta situación esté ayudando a algunas personas a comprender el absurdo ritmo de sus vidas, las distancias que marcan con los demás y su desapego con el entorno, pudiendo así ser conscientes del despropósito de encerrarse en sí mismos y de sus forzosos intentos por alimentar ese insólito ego que tanto aman.


María González
Abril 2020