En las últimas sesiones hemos trabajado cómo hacer frente a la frustración. En general, las personas con poca tolerancia a la frustración:

  • Tienen dificultades para controlar las emociones.
  • Son más impulsivos e impacientes.
  • Buscan satisfacer sus necesidades de forma inmediata, por lo que, cuando deben enfrentarse a la espera de sus necesidades, pueden tener rabietas y llanto fácil.
  • Son exigentes.
  • Pueden desarrollar, con más facilidad que otras personas, cuadros de ansiedad o depresión ante conflictos o dificultades mayores.
  • Creen que todo gira a su alrededor y que lo merecen todo, por lo que sienten cualquier límite como injusto ya que va contra sus deseos. Les cuesta comprender por qué no se les da todo lo que quieren.
  • Les cuesta seguir normas.
  • Tienen una baja capacidad de flexibilidad y adaptabilidad.
  • Manifiestan una tendencia a pensar de forma radical: algo es blanco o negro, no hay punto intermedio.

 

La expresión de la frustración puede manifestarse de diferentes formas:

  • Revelarse con padres o profesores cuando las cosas no se hacen a su forma.
  • En caso de niños más pequeños, presencia de rabietas.
  • Actitudes agresivas, romper o golpear objetos.
  • Sentimientos de tristeza, desmotivación o ansiedad.

 

Muchos padres intentan evitar los episodios de frustración y de esta forma se termina por convertir cualquier fracaso del niño en un nuevo éxito.

Para prevenir que el niño tolere la frustración, los padres deben evitar la sobreprotección y no ser permisivos. Si se cede ante lo que el niño exige, siempre conseguirá lo que quiere y nunca se enfrentará a situaciones negativas o que le frustren.

 

¿QUÉ PODEMOS HACER?

  • Exponerlos a situaciones en las que posiblemente se van a frustrar: jugar a juegos de mesa, de competición, etc.

 

  • Deja que realice pequeños esfuerzos. Primero se comenzará con la resolución de pequeños problemas en los que veamos que el éxito está asegurado para incrementar sus niveles de motivación. Poco a poco, podrá ir enfrentándose a problemas mayores y cada vez más complejos. El niño debe saber que siempre estaremos ahí para apoyarle pero que debe enfrentarse de manera autónoma a las diferentes situaciones.

 

  • Enseñarle a identificar el sentimiento de frustración, el reconocimiento de sus propias emociones es esencial. Ponerles nombre y saber identificar las sensaciones fisiológicas que nos produce les ayudará a poder gestionarlas en las diferentes situaciones.

 

  • Refuérzale positivamente. No solamente cuando haya podido gestionar la tolerancia a la frustración de una manera satisfactoria ante una determinada situación sino cuando simplemente se haya aproximado a ella.

 

  • Modificar o secuenciar las tareas. Una tarea compleja puede resolverse de manera satisfactoria si se sigue otro camino para su resolución o simplemente se fragmenta en pequeñas secuencias.

 

  • Ayudar al niño a aceptar lo que no puede cambiarse. Por ejemplo, las reglas de los juegos.

 

  • Enseñar al niño a aceptar las críticas. Aunque es un aspecto que resulta difícil de asimilar, es importante que el niño aprenda a reflexionar y se dé cuenta de que en la mayoría de ocasiones, las críticas sirven para mejorar y aprender de ellas

 

  • Establecer límites y reglas en el hogar. Las reglas y los límites nos hacen estar seguros de lo que se espera de nosotros. El hecho de que los niños asuman responsabilidades ajustadas a su edad, les proporcionará autonomía y a su vez un incremento en su autoestima.

 

No debemos olvidar que la frustración forma parte de la vida. Aunque no se puede evitar, se puede aprender a manejarla y superarla, y aumentar de esta forma la tolerancia a la misma. Aprender a tolerar la frustración facilita que nos enfrentemos con éxito a la vida. Por ello, cuanto antes aprendamos, mejor.

Fuente:

Hospital San Joan de Deu de Barcelona y Fundación Cadah